20 de julio de 2011

Lectura crítica a pasajes del Génesis

Para ser justo con los primeros capítulos del Génesis, tengo que aclarar que la interpretación de dicho texto como un relato de la caída humana, no es el único ni el más antiguo que se le adscribe. De hecho, la interpretación del texto como relato de caída se realiza desde la óptica de la teología cristiana; por lo que sería anacrónico aplicarle dicha intención a las redacciones originales. Como mencionaba en mi reflexión anterior, a la teología cristiana le resulta imperativo justificar la necesidad y el propósito del sacrificio de Jesús en la cruz. Es por esto que ubica ese evento en el ámbito soteriológico, ya que entiende que no hay nada más necesario para el ser humano que el tema de su salvación. La salvación, (redención o justificación) se asume como el propósito del sacrificio en la cruz y el sacrificio en la cruz se establece como necesario para dicha salvación. Sin embargo, todavía resulta indispensable otro elemento para que la ecuación sea completa: determinar de qué necesita ser “salvado” el ser humano. La respuesta de la teología cristiana es postular una condición de pecado, que le es intrínseca al ser humano, y que le impide establecer una relación con la divinidad -en esta vida y en una existencia posterior-; así como sostener relaciones saludables con sus semejantes y con el resto de la creación.



Todo lo anterior, lo planteo en el espíritu de exponer mi entendimiento del proceso histórico detrás del postulado teológico; lo que no excluye su validez en la dimensión de la fe, necesariamente. La deconstrucción de un proceso sólo intenta explicar su articulación en la esfera humana; sin negar, necesariamente, la presencia de alguna otra fuerza o “realidad” detrás del proceso. Sé que, para algunas personas, plantear el origen de una creencia en un momento histórico, equivale a cuestionar su validez. Parten de la premisa de que las “verdades” tienen dimensiones eternas, por lo que entienden que sus creencias, (las que creen personalmente en su vida y su actualidad) tendrían que haber sido “evidentes” en todo tiempo y, por lo tanto, tendrían que haber sido aceptadas siempre, como tales. Dicho entendimiento implica la idea de que la validez de una creencia cualquiera, depende de su existencia atemporal en el entendimiento y razonamiento humano. Yo no acepto la validez ni corrección de ese razonamiento. Aceptar un argumento de ese tipo, implicaría sostener que la Tierra no puede girar alrededor del sol, porque la teoría heliocéntrica se desarrolló en un momento histórico; o que no existe una ley de gravedad en el planeta, porque fue articulada entre los siglos XVII y XVIII.


Con el texto de Génesis 2-3, sucede algo parecido: su interpretación como relato de “la caída humana” o como narración del evento “del pecado original”, surge con el cristianismo. Ese es un dato histórico, que no tiene nada que ver con probar o invalidar dicha creencia. De hecho, un entendimiento de ese tipo, (de “caída” o “pecado original”) sería incompatible con los entendimientos del judaísmo; que fue la religión que produjo y reprodujo dicho texto, durante miles de años previos al cristianismo. Para el judaísmo, (aún en la actualidad) el texto de Génesis 2-3, relata un acto de desafío humano; que se convierte en pecado por el hecho de que transgrede una orden explícita de Dios. Sin embargo, dicho pecado no conlleva la consecuencia de afectar la naturaleza de la descendencia humana; aunque el castigo divino haya impuesto una ruptura en las relaciones entre el ser humano y su entorno.


Los primeros capítulos del Génesis persiguen propósitos variados. Uno de los principales y más evidentes, respondía al deseo de afirmar que los distintos elementos de la naturaleza eran creación de Dios; en lugar de divinidades en sí, como planteaban las creencias de los grupos humanos de esa región en ese momento de la historia. Según la interpretación judía, (con la que concuerdo, en ese aspecto) los relatos presentan una visión principalmente positiva de la creación. Esta visión positiva, se ve reflejada en la fórmula: “Y vio Dios que era bueno”, que el texto repite varias veces con el fin de afirmarla. Según mi lectura, dicha afirmación encierra uno de los mensajes principales que intentan presentar estos relatos.


A través de los 31 versículos del capítulo 1 de Génesis, la fórmula “Y vio Dios que era bueno” se repite en cinco ocasiones. En otras dos ocasiones, el relato menciona que Dios se refiere a su creación como “buena”. En total, el relato recoge siete ocasiones en las que Dios se expresa en forma positiva en relación a su creación. Evidentemente, el relato nos plantea que la labor de Dios no se limita a “crear” todo lo que existe. Nos sugiere a un Dios que realiza una evaluación valorativa de todo lo que ha creado. Esa capacidad, también se convierte en evidencia del poder divino: Dios, -en el relato- es el ser, (el único, en ese momento) que conoce la existencia del bien y del mal; y que tiene la capacidad para discernir entre el uno y el otro.


En Génesis 2:4 al 3:24 encontramos un relato que proviene de una tradición religiosa distinta. Sin embargo, me llama la atención cómo nos encontramos nuevamente con el tema del bien y del mal. El versículo 18 del capítulo 2, nos sorprende con una nueva evaluación divina; que ahora resulta contraria a la valoración positiva que habíamos encontrado hasta ese momento. Ahora Dios determina: “No es bueno que el hombre esté solo”. La identificación del defecto en la creación, podría poner en tela de juicio la capacidad de Dios, en cuanto a creador infalible; pero reafirma su competencia en materia de evaluación crítica.


Todo lo dicho, me permite plantear la centralidad del tema del bien y del mal en estos relatos. Sin embargo, aún queda un elemento sumamente importante: la imagen del fruto de un árbol prohibido, en el segundo relato de la creación. Y resulta ser que dicho árbol, que queda resaltado por medio de la exclusión, es identificado precisamente como “el árbol de la ciencia del bien y del mal”. Árbol, cuyo consumo es lo único que Dios prohíbe en el Edén y que, -como reconoce en 3:22 y ya había adelantado la serpiente- permite que el ser humano llegue a ser como Dios.


Me resulta interesante un elemento irónico en el relato. En medio de tanta reflexión sobre el bien y el mal, nos encontramos con el hecho de que Dios le miente al ser humano y de que la serpiente posee también una capacidad de discernimiento, que le permite descubrir la mentira divina. La amenaza divina de la muerte, como consecuencia de comer del fruto prohibido, no es consistente con el resto del relato. A pesar de comer del fruto, se nos dice que Adán vivió 930 años. La interpretación que postula que la amenaza se cumplió al momento de la muerte, (porque Adán no hubiera muerto jamás, de no haber comido del fruto prohibido) resulta inconsistente con la presencia del árbol de la vida; cuya ingesta parecería resultar necesaria para poder vivir indefinidamente. Finalmente, me llama también la atención el hecho que la mujer llegara a la conclusión de que el árbol de la ciencia del bien y del mal “era bueno para comer”, “agradable” y “codiciable”, previo a que lo consumiera; lo que muestra una evaluación valorativa y un grado de discernimiento, anterior al festín.


Como había planteado en mi reflexión anterior, entiendo que estos relatos no plantean eventos históricos, sino construcciones teológicas; que tienen como finalidad postular una enseñanza. Mis señalamientos no intentan investigar “qué pasó en realidad”, sino hacer una lectura crítica de la interpretación que me estoy cuestionando. Luego de dicha lectura, tengo que cuestionarme la premisa de que la enseñanza que intentan plantear todos estos texto tenga algo que ver con el surgimiento del pecado original, o con la caída del ser humano hacia una condición que deprava su realidad ontológica. En cualquier caso, creo que los textos intentan plantearnos la disyuntiva que enfrenta todo ser humano en su cotidianidad; al encarar, constantemente, la posibilidad de hacer el bien o hacer el mal. Según esta lectura, el relato de Génesis 2-3 no nos hablaría de un evento ocurrido en el umbral de los tiempos, sino que reflexionaría -y nos llevaría a reflexionar- sobre nuestra realidad cotidiana de enfrentar opciones diversas, sobre nuestra responsabilidad de tener que discernir entre opciones correctas o incorrectas y sobre nuestro deber de seleccionar el bien sobre el mal. Sin embargo, dicha disyuntiva y dicho reclamo, implicaría la necesidad de que el ser humano mantuviera su capacidad para discernir entre el bien y el mal; lo que contradeciría la concepción negativa del ser humano que plantea la teología cristiana. El ser humano tendría que mantener su capacidad de hacer el bien y el mal; lo que resultaría cónsono con el judaísmo, pero contradeciría la teología cristiana. Más serio aún, eliminaría la condición ontológica de la que el ser humano necesitaría ser salvado y convertiría en innecesaria cualquier obra de tipo redentora.

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